Bisnieta de esclavos e hija de campesinos pobres, desde que nació Eloisa Bocourt se levanta cada mañana con el sonido de los pájaros de las montañas, antes de que el calor del día se acumule. Vive rodeada de helechos y de las típicas orquídeas de la Sierra del Rosario. Olor a café y tierra mojada.
Siempre se sintió feliz allí, pero no sabía cómo sacarle buen partido a su paraíso tropical hasta que decidió pedir en usufructo al Estado, para cultivar, una parcela en el traspatio de la casa de su exmarido, una antigua cantera abandonada llena de malas hierbas.
Hoy es la finca La Caléndula. Tiene plantas medicinales –manzanilla, aloe, llantén, jengibre-, árboles de mangos, tamarindo y guayaba, maíz, miel y algunos pequeños animales. Instaló una juguera, prepara conservas y vende sus productos a un hotel cercano. Todo completamente orgánico.
Bocourt, de 55 años, atribuyó el éxito a su trabajo duro y a haberse asociado al proyecto “Conectando Paisajes”, una iniciativa millonaria de Naciones Unidas que durante ocho años financió en Cuba el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF, por sus siglas en inglés).
La iniciativa intervino en nueve provincias del país –el 13% del territorio nacional- para formar corredores biológicos entre áreas protegidas y lograr a su vez que los habitantes obtuvieran producciones sustentables o mejoraran sus vidas.
Según los expertos, los corredores biológicos son precisamente espacios de conexión entre reservas ecológicas, que coexisten con el sector productivo y los asentamientos humanos para convertirse en un modelo de conservación y desarrollo sostenible. Y “Conectando Paisajes” marcó un hito en la isla y un paradigma a seguir sobre cómo integrar el manejo de la naturaleza y la integración humana.
“La tierra estaba que daba miedo, llena de marabú (una planta invasora)”, explicó Bocourt a The Associated Press. Arrancó con su parcela —hoy de tres hectáreas— en 2013 y se acercó primero a las autoridades locales de la reserva ecológica para capacitarse. Luego se asoció con “Conectando Paisajes”.
A unos 150 kilómetros al oeste de la capital, Soroa, hogar de la mujer y sus dos hijos, forma parte de la Sierra del Rosario, un sistema montañoso enclavado en la provincia de Artemisa, que fue declarada reserva de la biósfera en 1985 —la primera en Cuba— por la Unesco.
“Me comenzaron a ayudar. Se hicieron análisis de la tierra. ¿Qué vamos a cultivar primero? El uso de las barreras (naturales), acomodar las piedras, cómo podía aprovechar mejor el suelo, la materia orgánica, cómo formar el propio compost (fertilizante natural)…”, explica Bocourt mientras muestra su finca a la AP.
También se le proporcionó un sistema de regadío, herramientas básicas como cortadoras, carretillas, botas o guantes, mientras recibía capacitación para fomentar el intercambio con sus vecinos –uno de ellos le alquila bueyes y ella le proporciona algo de su cosecha por ejemplo—o sobre el uso de bioplagicidas. Además, obtuvo apoyo para construir su propia casa.
Los recursos procedían de “Conectando Paisajes”, el plan ejecutado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y el local Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, que terminó en diciembre pasado. Costó unos ocho millones de dólares, de ellos, unos siete distribuidos por el GEF y el resto, de cofinanciación estatal cubana, indicaron a AP funcionarios de ambos organismos.
Se intervino en cuatro áreas montañosas y ambientalmente protegidas de todo el país, desde la Sierra del Rosario en occidente hasta Baracoa en el oriente. Además de proteger la diversidad de la vida, se pretendía garantizar la prosperidad de especies vulnerables como el anolis barbatus, un lagarto endémico en peligro de extinción, o el murciélago frutero.
“En Cuba, los macizos montañosos representan los lugares a donde mayor diversidad existen y en ellos están muchas de las áreas protegidas que hay, pero se manejaban como pequeñas islas de conservación”, explicó a la AP, Juan Carlos Cordero, especialista ambiental de la Sierra del Rosario.
“El enfoque de paisaje y de corredor biológico es un escalón más hacia la verdadera conservación; te permite conectar áreas protegidas y hacerlo mucho más abarcador”, indicó Cordero.
Lo que en la práctica significó incorporar la mayor cantidad de factores a la preservación, incluyendo a los pobladores de las comunidades rurales y a los finqueros para que también pudieran ganar su sustento y mejorar su calidad vida sin agredir el entorno, como en el caso de Bocourt y La Caléndula.
El balance de PNUD sobre “Conectando Paisajes”, al que AP tuvo acceso, da cuenta del contexto del proyecto.
Las cuatro áreas seleccionadas albergan al 70% de las especies endémicas del archipiélago y algunas áreas productivas de importancia forestal y cafetalera. Las zonas montañosas son especialmente vulnerables dada la inclinación de sus laderas, el poco espesor del suelo y la degradación de la vegetación original.
El documento también reveló algunos resultados.
Se reforestaron unas 20.400 hectáreas de bosque para lo que se aportó equipamiento; se capacitaron en diferentes aspectos de la conservación y producción sostenible a casi 2.000 especialistas y campesinos de esas regiones; y se montó un vivero de alta tecnología en Baracoa, provincia de Guantánamo, para fomentar la plantación de especies forestales y frutales locales.
También se puso en marcha una despulpadora ecológica de café en la provincia de Cienfuegos para evitar verter contaminantes al medio ambiente. Con el mismo objetivo, se instalaron dos redes de biogás —obtenido a partir de excremento animal– en Sancti Spíritus, alimentadas por las fincas porcinas que beneficiaron a una escuela y a una comunidad.
Paralelamente, se capacitó y se entregaron equipos y prendas contra incendios al cuerpo de Guardabosques, entre otros ejemplos.
Algunas investigaciones mencionadas en el balance del proyecto concluyeron en publicaciones, como un catálogo de mariposas, cartografías de las áreas detalladas nunca hechas o un análisis del impacto de las montañas sobre las costas de la isla, golpeadas por el cambio climático.
En cuanto a las fincas, se trabajó con algunas estatales -sobre todo forestales- y otras privadas y mucho más pequeñas, como la de Bocourt. El proyecto se inició con 46 de ellas y concluyó con la participación de casi 100 haciendas en la iniciativa medioambiental, algunas de las cuales quedaron como escuelas o referentes para darle continuidad a lo aprendido.
“Fue el proyecto más integral que hemos tenido”, dijo a AP, Lázara Sotolongo, una bióloga que dirigió “Conectando Paisajes” durante los ocho años que duró. “Fue multiinstitucional, multidisciplinario… Aquí estuvo todo el mundo participando desde (los ministerios de) Cultura y Educación, el cuerpo de Guardabosques, Agricultura, Planificación Física; y al final logramos una integración en el territorio por un bien común”