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Por David Bittan
Nota del editor: David Bittan ObadÍa es abogado, escritor, analista de temas políticos e internacionales, columnista del diario El Universal, de Venezuela, y colaborador en otros medios de comunicación. Como conferencista, participó en el Congreso Judío Mundial y fue presidente de la comunidad judía de Venezuela. Su cuenta de Twitter es @davidbittano. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor. Puedes leer más artículos como este en cnne.com/opinión.
(CNN Español) — Estos días, Cuba atrae la atención del mundo; una movilización inédita nació en San Antonio de los Baños y en minutos se propagó por varias ciudades del territorio nacional, convirtiéndose, definitivamente, en lo que, para muchos, y me incluyo, es una rebelión nacional, a diferencia de la revuelta de 1994 –conocida como el histórico “Maleconazo»–, centrado en La Habana.

Hoy, a pesar del limitado acceso a internet y de lo costoso que es este servicio en Cuba, las redes sociales, que antes no existían, están colaborando con ese despertar de un pueblo sufrido, maltratado y, desde mi punto de vista, olvidado por el mundo. La escasa tecnología a la que tienen acceso los cubanos se convierte en una plataforma de movilización. El fin de cualquier dictadura empieza por una rebelión.
Lo más interesante en este momento es que la gente que protestó es la que ha nacido bajo la dictadura; la libertad en Cuba es algo tatuado en el ADN de los cubanos, lo cual da esperanzas y avizora que lo de Cuba no será eterno.
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El régimen cubano ha influenciado fuertemente a las democracias de Nicaragua y Venezuela. Esta última está en niveles impensables de pobreza.
Este movimiento, que aparenta ser espontáneo, ya no lo es; hay un mensaje unificado, una plataforma marcada por ideas que calan en el pueblo. Lo más importante es que la cultura de la rebelión, corroída y dormida por el tiempo, y limitada por la represión psicológica y física ejercida por la dictadura, ha dejado de surtir efecto y el pueblo salió a manifestarse, hay destellos de esperanzas.
En todo esto hay que reconocerle el mérito al Movimiento San Isidro –conformado por artistas e intelectuales–, a los periodistas independientes, a la Unión Patriótica de Cuba, a los tantos presos y mártires que se han quedado por el camino y, sobre todo, a todo ese exilio cubano, compuesto por gente extraordinaria –y muy valiosa–, la cual, desde sus espacios, nunca ha abandonado su lucha, ni sus
valores y no descansarán hasta poder ver a su tierra cubana finalmente libre.
Los cubanos reclaman no solo la libertad, que es el fin primordial; aspiran también a tener acceso a los servicios básicos. El pueblo requiere conseguir medicinas y tener centros asistenciales, pero, sobre todo, espera poder saciar su hambre. El régimen cubano ya no tiene capacidad para sacar adelante a ese país. El Gobierno cubano responde con sus herramientas tradicionales: represión, mentira y censura. Ha dicho que las protestas fueron fomentadas desde EE.UU. y culpa al embargo de la situación en la isla.
Los cubanos no pueden luchar solos; la desproporción de medios es conocida. Para promover tiempos mejores, hay que presionar al mundo, a los estadounidenses también, a los entes multilaterales, se debe lograr que se imponga la voluntad de un pueblo que está cansado de sus opresores.
«Pasar el Niágara en bicicleta» es simplemente poesía; liberar a Cuba, con hambre, desde adentro, luchando contra un sistema de represión y un ejército de esbirros y torturadores, es una ilusión.
Hay que seguir apoyando al noble pueblo cubano con todas las herramientas posibles, para lograr allanar los caminos a la salida de la dictadura. Por todo esto y más: ¡Yo soy Cuba también!
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